9/14/11

A Winged Victory for the Sullen - A Winged Victory for the Sullen


A Winged Victory for the Sullen, ¿qué clase de título es ese? No planteo la pregunta de manera despectiva, ya muchos pixeles se han dedicado a explicar la hilaridad que induce la preponderancia en el mundo de la música instrumental de títulos largos, pretenciosos y llenos de palabras complicadas. Desde mi acantilado esta cuasi-tradición nunca me ha molestado, y al contrario, me parece casi que un elemento idiosincrático y hasta cierto punto, simpático. Al final de cuentas lo que importa es la música y es por eso que estamos aquí, al borde del precipicio, observando al océano, escuchando como las olas chocan en las piedras.

No sé, tal vez sea un estereotipo, pero cada vez que pienso en acantilados me sumerjo en un paisaje gris y sombrío, un poco de neblina asentándose, las luces lejanas de un faro marcando el pulso del tiempo, una brisa invernal y ya tenemos todos los factores para un disco de ambient perfecto. Pero A Winged Victory for the Sullen va más allá de la mera contemplación, los dos miembros de este proyecto no están tirando sus melodías al fondo del despeñadero (que cuando se hace de manera elegante, no tiene nada de reprochable) sino que las están elevando hacia el cielo, les están dando alas y están buscando ganarle la partida a la melancolía, el albatros de la victoria asciende hacia las nubes, y con él, los recuerdos se vuelven menos pesados.

Cuando escuché la noticia de que Adam Wiltzie (mitad del que es probablemente el proyecto de música ambient más emblemático de la última década, Stars of the Lid) y Dustin OʼHalloran (uno de mis pianistas favoritos y parte esencial de la movida clásica contemporánea) estaban trabajando juntos en un proyecto, no pude evitar emocionarme de sobremanera. Lanzado por Kranky en Estados Unidos y Erased Tapes de manera internacional, con invitados del calibre de Hildur Gudnadottir en el cello y Peter Broderick en el violín, AWVFTS construyó expectativas estratosféricas. Resultado: expectativas satisfechas.


Ahora intentemos describir la música antes de que las victorias aladas se disipen en el horizonte; el contexto: el atardecer. Menciono que la estética sonora es exactamente lo que me esperaba, las melodías delicadas, pacientes y polvorientas de OʼHalloran son el cuerpo y la raíz, mientras que los drones incorpóreos de Wiltzie son el alma y la sangre, uno terrenal y el otro espiritual, ambos simbióticos, ambos colisionando en los espacios de silencio articulado.

La primera canción “We Played Some Open Chords and Rejoiced, For the Earth Had Circled the Sun Yet Another Year” firma con una escritura fantasmal el sonido característico de todo el disco, el piano toma la delantera y el eco de las teclas resuena, reverbera con el lienzo abstracto que pinta Wiltzie en el fondo, el ritmo es pausado y ligero; a pesar de las amenazantes piedras en el despeñadero, parece que flotamos, nuestros movimientos se vuelven dóciles, la ocasional intervención del cello y el violín es más que bienvenida como discretos rayos de sol que logran escapar del velo nuboso. “Requiem for the Static King” está dividido en dos partes, la primera funciona como un preámbulo fúnebre a través del hermoso trabajo de cuerdas, para darle paso a la segunda parte, una de las piezas centrales del disco. El rey estático en cuestión es Mark Linkou, también conocido por su pseudónimo musical Sparklehorse, quien murió hace poco y tenía una estrecha relación con ambos miembros. Su memoria es elevada y su recuerdo queda impregnado en el lienzo.

Nuestro punto de vista ahora le da la espalda al océano, intentamos observar que hay tierra adentro; piedras y humedad, tanta humedad que las teclas del piano adquieren un sonido distinto, como si cada vez que son presionadas algo en ellas muriera para siempre, “Minuet for a Cheap Piano Number Two” empieza y en sus 3 minutos de duración logra convertirse en la pieza más accesible del disco. Más allá de la humedad, montañas, empinadas, “Steep Hills of Vicodin Tears” continúa con nuestra narrativa y su elegancia es como un narcótico, el cello nos habla, nos invita a escalar, a poner nuestra bandera en la cima de la colina, pero somos incorpóreos y nos limitamos a contemplar y a llorar.

Contexto: el sol está a punto de ponerse, dejamos atrás a las montañas, la calma reina en el agua a nuestros pies, el piano recobra su antiguo esplendor, poco a poco el calor entra en nuestro cuerpo, ya no somos aire; tenemos peso. La superficie del lienzo está casi llena, terminamos de la misma manera que empezamos, con una melodía de piano suspendida sobre una base de amplias pinceladas de ambient.

OʼHalloran y Wiltzie han logrado algo espectacular aquí, crearon un disco emotivo y personal, las melodías son íntimas y discretas pero se contraponen con un territorio vasto y majestuoso. Las siete composiciones son un testamento no solo de la melancolía, sino de la reafirmación de la vida; a pesar de que la mortalidad está presente de manera directa en el concepto del disco, es la vida, es el recuerdo hosco y sombrío el que eventualmente desarrollará alas, se elevará y se perderá en el horizonte. En los últimos minutos del disco escuchamos el trinar lejano de pájaros, nuestro albatros victorioso vuela sobre los expirantes rayos del sol y se pierde en el horizonte, fijamos nuestra mirada en el lienzo y está en blanco.